lunes, 1 de septiembre de 2008

¿Qué es el falocéntrismo?

El falocentrismo

Falocentrismo quiere decir que el falo es el centro de la sexualidad; que toda la sexualidad se orienta y gira en torno al falo, el cual es el objeto de todas las pulsiones, de todo el deseo, capaz de atraer y absorber el conjunto de la energía erótica de la mujer. Este mensaje lo vamos interiorizando desde que nacemos, desde el momento en que, como dice Lea Melandri, nuestra madre no está ahí como mujer con su cuerpo de mujer en gestación extrauterina, sino como mujer del hombre para el hombre. Al negarnos su cuerpo, niega todo el caudal de energía erótica y toda la sexualidad no falocéntrica de la mujer. Y aprendemos a percibirnos a través de la mirada del hombre, y a desvalorar nuestro cuerpo. Esto es el núcleo básico, el germen inicial de una socialización que será devastadora de nuestros cuerpos y de nuestra energía sexual; no sólo porque de niñas y de adolescentes nos 'perdemos' toda un desarrollo -no falocéntrico- de nuestra sexualidad, sino también y sobre todo, porque nuestro cuerpo adulto ha somatizado toda esa represión, se ha hecho un cuerpo acorazado y tieso con un útero inmovilizado, sin haber desarrollado nuestro sistema erógeno, y además ha interiorizado la des-valorización y el desprecio del propio cuerpo, orígen de toda la misoginia, el caudal de emoción envenenada que alienta la sociedad patriarcal.
Según vamos creciendo, ya con toda la presión social, se va asentando en nuestras mentes una percepción que infravalora y deforma nuestros cuerpos y su potencial erótico, aceptando que es normal que la regla nos duela todos los meses, que estar embarazada es una pesadez y una lata por lo que hay que pasar para tener un@ hij@, y que el parto es un mal trago que sólo gracias a la epidural y a la medicina se palia un poco. Nos han robado nuestra capacidad erótica, quedando además fuera de nuestra conciencia y de nuestra imaginación, lo que de hecho es nuestro cuerpo y su sistema erógeno, con todo su enorme potencial de placer y sexualidad, que quedó atrás en el Paraíso matricéntrico del que fuimos expulsadas, desterrado en el Hades o condenado al Infierno. No es un eufemismo decir que somos seres castrados, especialmente referido a la mujer occidental moderna de la aldea global y formada en los medios audiovisuales, los cuales están terminando con los vestigios de sexualidad y sabiduría popular femenina que se transmitía de madres a hijas.
¿Por qué el falocentrismo es tan perturbador de la sexualidad femenina?
La sexualidad de la mujer (a diferencia de la del hombre) no es uniforme, no es siempre la misma; a lo largo de su vida, la mujer pasa por diferentes ciclos y estados sexuales, unos de mayor producción libidinal que otros, y sobre todo, de diferente orientación. El equilibrio emocional, tanto psíquico como orgánico, libidinal y hormonal, que sostiene nuestros cuerpos es un proceso ondulante, cíclico. Por eso la luna, que aparece en el cielo cambiando de forma cíclica, ha sido siempre un símbolo de la femeneidad (además del ciclo de 28 días, tiene otros cambios cíclicos, según los meses y las estaciones del año, y hay lunas que están más bajas o son más grandes que otras, por ejemplo la luna llena de agosto es la más grande, etc.). Y sin embargo funcionamos como si nuestra producción sexual y libidinal, fuese algo rectilíneo y siempre la misma. Esto se acompaña semántica y simbólicamente con un concepto de sexualidad en el que sólo entra la sexualidad adulta falocéntrica (así por ejemplo, por 'acto sexual' todo el mundo entiende el coito). (4)
Dejando de lado la sexualidad de la niña - la diferenciación de la líbido empieza antes de la pubertad-, no es el mismo estado sexual ni el mismo equilibrio hormonal el que tiene la mujer cuando ovula que cuando menstrúa. También es diferente el estado de la mujer grávida de la que no lo está, ni el de la mujer en el parto o después del parto, o durante la gestación extrauterina, o a lo largo de una lactancia prolongada, o cuando vivimos la pasión amorosa con un hombre. Hemos perdido, a lo largo de la socialización patriarcal, la percepción del estado cambiante de nuestro cuerpo, de cómo lo sentimos, de nuestros diferentes flujos y de sus olores (¡ay las malditas colonias!), pues el olor era un elemento básico de la sexualidad y de la atracción mutua. Si nos fijamos, es muy simple; por ejemplo, el olor de la mujer lactante atrae al bebé, y el de la mujer menstruante al varón...
La sexualidad destruída de la mujer
En nuestro orden social la sexualidad ha quedado reducida al falocentrismo adulto; es decir, lo que se entiende por ’sexualidad’ es una pulsión adulta y que gira en torno al falo. Por ‘acto sexual’ todo el mundo entiende el coito. Sin embargo hay toda una sexualidad básica humana y femenina que no es falocéntrica.
Para cuando la civilización occidental empieza a reconocer ‘científicamente’ la sexualidad, la mujer lleva milenios arrastrando un cuerpo sometido a este orden falocrático, un cuerpo al que se le cortan las raíces desde el comienzo de su crecimiento, lo mismo que a un bonsai. El sexo femenino no existe, constata empíricamente Freud, a partir de lo que ve y del sesgo falocrático y misógino de nuestra civilización. En el panorama del orden sexual vigente, se determina que sólo hay un sexo, el masculino; y la mujer es sentida y definida como un varón sin sexo, castrado. Sin embargo, hasta el mismo Freud reconoció que había algo que se le escapaba, un ‘continente negro’ inexplorado… difícil de devolver a la vida, como si hubiera caído bajo una represión particularmente inexorable. (1)
Según la cultura falocrática del sexo único, el orgasmo femenino tiene que ser vaginal o clitoridiano; sin embargo, la psicoanalista y sexóloga francesa Maryse de Choisy (2), después de diez años de trabajo con cuestionario, afirma que aunque según sus investigaciones puede hablarse de cinco tipos de orgasmos (el clitoridiano, el vaginal, el cloacal, sin acmé o sin paroxismo y el cérvico-uterino), el orgasmo femenino más auténtico es el cérvico-uterino, por su profundidad, ritmo, intensidad y extensión. Por ejemplo, Maryse de Choisy dice que: apretando los muslos o los glúteos firmemente (las mujeres) alcanzan un tipo de orgasmo que arranca en algun punto muy profundo de su interior, sin ninguna otra estimulación. Asegura también que independientemente de cual sea la estimulación que da lugar al proceso orgásmico, en realidad, todos tienen su origen o su fuente (source= en francés) en el útero.
También Masters y Johnsons aseguran que en todo orgasmo femenino se producen ‘contracciones’ del útero, lo que nos viene a corroborar que, independientemente de cual sea la estimulación exterior, todos los orgasmos tienen en común unos movimientos rítmicos del útero, que nosotras preferimos llamar ‘latidos’ en vez de’contracciones’.
Esto explica la imagen de las sirenas, las mujeres-pez, que en la Antigüedad representaban la sexualidad no falocéntrica de la mujer. Las sirenas no podían tener relaciones coitales con varones, pero nadaban voluptuosamente como los delfines y bailaban la danza del vientre -del útero- en el agua.
Juan Merelo-Barberá (3) afirma que el centro del sistema erógeno femenino no es el clítoris, sino el útero, que empieza de latir propulsando olas de placer, cada vez que una mujer se excita sexualmente. Pero el útero es una bolsa de tejido muscular, y los músculos que no utilizan se agarrotan y pierden su elasticidad y su funcionalidad. Cuando nos escayolan una pierna un mes, luego tenemos que hacer ejercicios de rehabilitación para recuperar la función muscular… ¿Qué sería si esa pierna hubiese estado 20 ó 30 años inmovilizada? Los partos sin dolor y con placer existen, y ya no hace falta recurrir a lo que informa Bartolomé de las Casas de las mujeres del Caribe de hace 500 años o a las investigaciones realizadas por Merelo-Barberá y otros, puesto que los partos con placer y orgásmicos han sido filmados. De hecho la misma Biblia nos tenía que haber inducido a sospecha, porque dice ‘parirás con dolor’ en tiempo futuro, a la par de ‘el hombre te dominará’ y ‘pondré enemistad entre ti y la serpiente’ (que fue el mayor símbolo de la sexualidad femenina en las civilizaciones pre-patriarcales).
El parto con dolor, con el útero espástico (4), y la maternidad robotizada, sin el impulso del deseo, fue el gran logro de la paralización de la sexualidad de la mujer. Si en la era prepatriarcal la organización social se vertebraba a partir de la líbido femenino-materna (5), su eliminación fue el requisito previo para levantar la sociedad patriarcal.
Hace 4 ó 5 mil años, el Poder de un colectivo de hombres creó una sociedad basada en el sometimiento de la mujer. Este sometimiento incluía de una manera muy especial, su sometimiento sexual; es decir, se creó una sociedad basada en la violación sistemática de los deseos de la mujer. Independientemente de que esa violación en la práctica fuese más o menos forzada o violenta, según los momentos, poco a poco se consigue que el deseo de la mujer deje de ser relevante, hasta que se anula, desaparece y se limita a la complacencia falocrática. Las mujeres perdieron sus costumbres, sus reuniones, sus bailes voluptuosos, sus baños sensuales compartidos entre hermanas, madres, tías, abuelas…., el cuerpo a cuerpo con sus criaturas… perdieron la maternidad nacida del deseo y guíada por el placer de sus cuerpos: perdieron su forma propia de existencia, como dice Lea Melandri (6), una existencia impulsada por el latido del vientre; perdieron la libertad de sus cuerpo y la conciencia del mismo. El deseo sexual en la mujer pasó a ser considerado lascivo y deshonesto, para que cuando emergiera en la mujer, ésta se sintiera culpable y aborreciera y se distanciara de su propio cuerpo. Como dice la Biblia, las buenas esposas eran esclavas del señor, debían hablar lo menos posible y sentir vergüenza hasta de su marido; como madres patriarcales tenían la misión de introyectar el pudor y el recato en las hijas, convirtiéndose en la garantía de la paralización de todo atisbo de producción del deseo sexual de las futuras generaciones de mujeres. Se cortó de raíz el valor del cuerpo femenino y el desarrollo natural de la sexualidad de la mujer.
Por ello la mujer empieza a taparse con velos y a andar tiesa como un palo. La higiene se convierte en una asepsia que elimina el olor de nuestros flujos, que es un factor específico de atracción sexual (por ejemplo la mujer lactante atrae al bebé). Y los hábitos cotidianos de las posturas se rectifican; dejamos de sentarnos en cuclillas y se generaliza el uso de la silla; se va educando el movimiento del cuerpo con el objetivo de paralizar todo lo que se pueda los músculos pélvicos y los uterinos, para que nuestro vientre no se estremezca ni palpite y no aparezca la pulsión sexual.
Creo que es obvio que la sexualidad de la mujer (a diferencia de la del hombre) no es uniforme, no es siempre la misma; a lo largo de su vida, la mujer pasa por diferentes ciclos y estados sexuales, unos de mayor producción libidinal que otros, y sobre todo, de diferente orientación. El equilibrio emocional, tanto psíquico como orgánico, libidinal y hormonal, que sostiene nuestros cuerpos es un proceso ondulante, cíclico. Por eso la luna, que aparece en el cielo cambiando de forma cíclica, ha sido siempre un símbolo de la femeneidad. Y sin embargo funcionamos como si nuestra producción sexual y libidinal, fuese algo rectilíneo y siempre la misma.
Dejando de lado la sexualidad de la niña -la diferenciación de la líbido empieza antes de la pubertad-, no es el mismo estado sexual ni el mismo equilibrio hormonal el que tiene la mujer cuando ovula que cuando menstrúa. También es diferente el estado de la mujer grávida de la que no lo está, ni el de la mujer en el parto o despúes del parto, o durante la gestación extrauterina, o a lo largo de una lactancia prolongada, o cuando vivimos la pasión amorosa con adultos o adultas. Hemos perdido, a lo largo de la socialización patriarcal, la percepción del estado cambiante de nuestro cuerpo, de cómo lo sentimos, de nuestros diferentes flujos y de sus olores.
La generalización de la alineación sexual de la mujer en torno al falo se fue consolidando a lo largo de estos milenios de civilización patriarcal que mencionábamos antes. Esta alineación, respaldada con toda la fuerza de la ley, se consolida tanto a nivel psíquico como somático. El falocentrismo se va adentrando en el inconsciente, interiorizándose como un ordenamiento sexual que manipula nuestras pulsiones antes de hacerse conscientes.


Casilda Rodrigañez

FUENTE : http://caosmosis.acracia.net/?p=232

Movimiento de liberación de la mujer.





Movimiento de Liberación de la Mujer


Los sesenta fueron años de intensa agitación política. Las contradicciones de un sistema que tiene su legitimación en la universalidad de sus principios, pero que en realidad es sexista, racista, clasista e imperialista, motivaron a la formación de la llamada Nueva Izquierda y diversos movimientos sociales radicales como el movimiento antirracista, el estudiantil, el pacifista y, claro está, el feminista. La característica distintiva de todos ellos fue su marcado carácter contracultural: no estaban interesados en la política reformista de los grandes partidos, sino en forjar nuevas formas de vida -que prefigurasen la utopía comunitaria de un futuro que divisaban a la vuelta de la esquina- y, cómo no, al hombre nuevo. Y tal como hemos venido observando hasta ahora a lo largo de la historia, muchas mujeres entraron a formar parte de este movimiento de emancipación.
En buena medida, la génesis del Movimiento de Liberación de la Mujer hay que buscarla en su creciente descontento con el papel que jugaban en aquél. Así describe Robin Morgan lo que fue una experiencia generalizada de mujeres: "Comoquiera que creíamos estar metidas en la lucha para construir una nueva sociedad, fue para nosotras un lento despertar y una deprimente constatación descubrir que realizábamos el mismo trabajo en el movimiento que fuera de él: pasando a máquina los discursos de los varones, haciendo café pero no política, siendo auxiliares de los hombres, cuya política, supuestamente, reemplazaría al viejo orden" (27). De nuevo fue a través del activismo político junto a los varones, como en su día las sufragistas en la lucha contra el abolicionismo, como las mujeres tomaron conciencia de la peculiaridad de su opresión. Puesto que el hombre nuevo se hacía esperar, la mujer nueva -de la que tanto hablara Kollontai a principios de siglo- decidió comenzara reunirse por su cuenta. La primera decisión política del feminismo fue la de organizarse en forma autónoma, separarse de los varones, decisión con la que se constituyó el Movimiento de Liberación de la Mujer. Tal y como señala Echols, si bien todas estaban de acuerdo en la necesidad de separarse de los varones, disentían respecto a la naturaleza y el fin de la separación. Así se produjo la primera gran escisión dentro del feminismo radical: la que dividió a las feministas en "políticas" y "feministas". Todas ellas forman inicialmente parte del feminismo radical por su posición antisistema y por su afán de distanciarse del feminismo liberal, pero sus diferencias son una referencia fundamental para entender el feminismo de la época.
En un principio, las "políticas" fueron mayoría, pero a partir del 68 muchas fueron haciéndose más feministas para, finalmente, quedar en minoría. Para las "políticas", la opresión de las mujeres deriva del capitalismo o del Sistema (con mayúsculas), por lo que los grupos de liberación debían permanecer conectados y comprometidos con el Movimiento; en realidad, consideraban el feminismo un ala más de la izquierda. Suele considerarse que a ellas, a su experiencia y a sus conexiones se debieron muchos de los éxitos organizativos del feminismo, pero lógicamente también traían su servidumbre ideológica.


Las "feministas" se manifestaban contra la subordinación a la izquierda, ya que identificaban a los varones como los beneficiarios de su dominación. No eran, ni mucho menos, antiizquierda, pero sí muy críticas con su recalcitrante sexismo y la tópica interpretación del feminismo en un abanico de posibilidades que iba de su mera consideración como cuestión periférica a la más peligrosa calificación de contrarrevolucionario.
Las interminables y acaloradas discusiones entorno a cuál era la contradicción o el enemigo principal caracterizaron el desarrollo del neofeminismo no sólo en Estados Unidos, sino también en Europa y España. La lógica de los debates siempre ha sido similar: mientras las más feministas pugnaban por hacer entender a las políticas que la opresión de las mujeres no es solamente una simple consecuencia del Sistema, sino un sistema específico de dominación en que la mujer es definida en términos del varón, las políticas no podían dejar de ver a los varones como víctimas del sistema y de enfatizar el no enfrentamiento con éstos. Además, volviendo al caso concreto de Estados Unidos, las políticas escondían un miedo que ha pesado siempre sobre las mujeres de la izquierda: el de que los compañeros varones, depositarios del poder simbólico para dar o quitar denominaciones de origen "progresista", interpretasen un movimiento sólo de mujeres como reaccionario o liberal. De hecho, es muy aleccionador reparar en que, a la hora de buscar "denominación", el término "feminista" fue inicialmente repudiado por algunas radicales. El problema estaba en que lo asociaban con la que consideraban la primera ola del feminismo, el movimiento sufragista, al que despreciaban como burgués y reformista. Sulamith Firestone, indiscutible teórica y discutida líder de varios grupos radicales, fue la primera en atreverse a reivindicar el sufragismo afirmando que era un movimiento radical y que "su historia había sido enterrada por razones políticas" (28).
Finalmente llegó la separación, y el nombre de feminismo radical pasó a designar únicamente a los grupos y las posiciones teóricas de las "feministas ".
Feminismo radical
El feminismo radical norteamericano se desarrolló entre los años 1967 y 1975, y a pesar de la rica heterogeneidad teórica y práctica de los grupos en que se organizó, parte de unos planteamientos comunes. Respecto a los fundamentos teóricos, hay que citar dos obras fundamentales: Política sexual de Kate Millet y La dialéctica de la sexualidad de Sulamit Firestone, publicadas en el año 1970. Armadas de las herramientas teóricas del marxismo, el psicoanálisis y el anticolonialismo, estas obras acuñaron conceptos fundamentales para el análisis feminista como el de patriarcado, género y casta sexual. El patriarcado se define como un sistema de dominación sexual que se concibe, además, como el sistema básico de dominación sobre el que se levanta el resto de las dominaciones, como la de clase y raza. El género expresa la construcción social de la feminidad y la casta sexual alude a la común experiencia de opresión vivida por todas las mujeres (29). Las radicales identificaron como centros de la dominación patriarcal esferas de la vida que hasta entonces se consideraban "privadas". A ellas corresponde el mérito de haber revolucionado la teoría política al analizar las relaciones de poder que estructuran la familia y la sexualidad; lo sintetizaron en un slogan: lo personal es político. Consideraban que los varones, todos los varones y no sólo una élite, reciben beneficios económicos, sexuales y psicológicos del sistema patriarcal, pero en general acentuaban la dimensión psicológica de la opresión. Así lo refleja el manifiesto fundacional de las New York Radical Feminist (1969), Politics of the Ego, donde se afirma:
Pensamos que el fin de la dominación masculina es obtener satisfacción psicológica para su ego, y que sólo secundariamente esto se manifiesta en las relaciones económicas (30).
Una de las aportaciones más significativas del movimiento feminista radical fue la organización en grupos de autoconciencia. Esta práctica comenzó en el New York Radical Women (1967), y fue Sarachild quien le dio el nombre de "consciousness-raising". Consistía en que cada mujer del grupo explicase las formas en que experimentaba y sentía su opresión. El propósito de estos grupos era "despertar la conciencia latente que... todas las mujeres tenemos sobre nuestra opresión", para propiciar "la reinterpretación política de la propia vida" y poner las bases para su transformación. Con la autoconciencia también se pretendía que las mujeres de los grupos se convirtieran en auténticas expertas en su opresión: estaban construyendo la teoría desde la experiencia personal y no desde le filtro de las ideologías previas. Otra función importante de estos grupos fue la de contribuir a la revalorización de la palabra y las experiencias de un colectivo sistemáticamente inferiorizado y humillado a lo largo de la historia. Así lo ha señalado Válcarcel comentando algunas de las obras clásicas del feminismo: el movimiento feminista debe tanto a estas obras escritas como a una singular organización: los grupos de encuentro, en que sólo mujeres desgranaban, turbada y parsimoniosamente, semana a semana, la serie de sus. humillaciones, que intentan comprender como parte de una estructura teorizable" (31). Sin embargo, los diferentes grupos de radicales variaban en su apreciación de esta estrategia. Según la durísima apreciación de Mehrhof, miembro de las Redstockings (1969): "la autoconciencia tiene la habilidad de organizar gran número de mujeres, pero de organizarlas para nada" (32). Hubo acalorados debates internos, y finalmente autoconciencia-activismo se configuraron como opciones opuestas.

El activismo de los grupos radicales fue, en más de un sentido, espectacular. Espectaculares por multitudinarias fueron las manifestaciones y marchas de mujeres, pero aún más eran los lúcidos actos de protesta y sabotaje que ponían en evidencia el carácter de objeto y mercancía de la mujer en el patriarcado. Con actos como la quema pública de sujetadores y corsés, el sabotaje de comisiones de expertos sobe el aborto formada por ¡catorce varones y una mujer (monja)!, o la simbólica negativa de la carismática Ti-Grace Atkinson a dejarse fotografiar en público al lado de un varón, las radicales consiguieron que la voz del feminismo entrase en todos y cada uno de los hogares estadounidenses. Otras actividades no tan espectaculares, pero de consecuencias enormemente beneficiosas para las mujeres, fueron la creación de centros alternativos de ayuda y autoayuda. Las feministas no sólo crearon espacios propios para estudiar y organizarse, sino que desarrollaron una salud y una ginecología no patriarcales, animando a las mujeres a conocer su propio cuerpo. También se fundaron guarderías, centros para mujeres maltratadas, centros de defensa personal y un largo etcétera.
Tal y como se desprende de los grupos de autoconciencia, otra característica común de los grupos radicales fue el exigente impulso igualitarista y antijerárquico: ninguna mujer está por encima de otra. En realidad, las líderes estaban mal vistas, y una de las constantes organizativas era poner reglas que evitasen el predominio de las más dotadas o preparadas. Así es frecuente escuchar a las líderes del movimiento, que sin duda existían, o a quienes actuaban como portavoces, "pedir perdón a nuestras hermanas por hablar por ellas". Esta forma de entender la igualdad trajo muchos problemas a los grupos: uno de los más importantes fue el problema de admisión de nuevas militantes. Las nuevas tenían que aceptar la línea ideológica y estratégica del grupo, pero una vez dentro ya podían, y de hecho así lo hacían frecuentemente, comenzar a cuestionar el manifiesto fundacional. El resultado era un estado de permanente debate interno, enriquecedor para las nuevas, pero tremendamente cansino para las veteranas. El igualitarismo se traducía en que mujeres sin la más mínima experiencia política y recién llegadas al feminismo se encontraban en la situación de poder criticar duramente por "elitista" a una líder con la experiencia militante y la potencia teórica de Sulamith Firestone. Incluso se llegó a recelar de las teóricas sospechando que instrumentaban el movimiento para hacerse famosas. El caso es que la mayor parte de las líderes fueron expulsadas de los grupos que habían fundado. Jo Freeman supo reflejar esta experiencia personal en su obra La tiranía de la falta de estructuras (33).
Echols ha señalado esta negación de la diversidad de las mujeres como una de las causas del declive del feminismo radical. La tesis de la hermandad o sororidad de todas las mujeres unidas por una experiencia común también se vio amenazada por la polémica aparición dentro de los grupos de la cuestión de clase y del lesbianismo. Pero, en última instancia, fueron las agónicas disensiones internas, más el lógico desgaste de un movimiento de estas características, lo que trajo a mediados de los setenta el fin del activismo del feminismo radical.



No más Miss América




“Hablábamos de nosotras mismas como de una población colonizada y concebíamos el cuerpo femenino como un área cartografiada por el deseo fálico o territorializada por el discurso edípico. Nos imaginábamos a nosotras mismas mirando solamente a través de los ojos masculinos. Pensábamos que nuestro discurso estaba desautorizado y tomábamos nuestra escritura como el mejor camino para expresar el silencio de la mujer con el lenguaje del hombre.”7 De esta comprensión surgen dos estrategias de lucha y de resistencia opuestas: una buscó la igualación de estatus de la mujer y el hombre, otra siguió la dirección del separatismo radical “


Teresa De Lauretis

feminismo anarquismo

FEMINISMO
ANARQUISTA

Feminismo Anarquista

FEMINISMO
ANARQUISTA


ACABAR CON LOS CERDOS

NI PUTAS NI SUMISAS

NI DIOS, NI PATRON, NI MARIDO, NI PADRE

PRO-ABORTO


El enemigo era el hombre -hétero, gay o travesti- El hétero por su machismo, el gay por su misoginia y las travestis por estereotipar a la mujer"